Durante el Renacimiento, decenas de artistas masculinos se destacaron en el campo de la pintura y la arquitectura, especialmente en Italia, y sus respectivas vidas y obras han sido objeto de cientos de biografías y libros sobre historia del arte. Sin embargo, poco y nada se sabe de las mujeres que se dedicaron a cultivar las disciplinas artísticas más apreciadas de esa época, no porque no existieran, sino más bien porque no se difundía en la misma medida que la pintura de autoría masculina. Una de estas mujeres relativamente desconocida es Sofonisba Anguissola, pintora cremonesa que vivió más de 90 años, entre 1532 y 1625 (aunque las fechas de nacimiento no están del todo claras: ciertos biógrafos señalan que nació en 1527; otros, en 1529) y que recibió en vida cientas de alabanzas de pintores e historiadores del arte contemporáneos, gracias a su precioso y delicado trabajo pictórico.
Sofonisba es la creadora de muchísimos retratos, particularmente de su propia familia (como Retrato de la familia de la artista: padre Amilcare, hermana Minerva y hermano Asdrubale, de 1558 o Retrato de Minerva Anguissola, de 1564), y de la realeza española, y también de autorretratos que seguramente todos y todas hemos visto alguna vez en las enciclopedias de pintura.
La distintiva riqueza visual de esos retratos viene dada, naturalmente, por su talento, pero también por la rica ornamentación de sus retratados, que ella supo recrear con fidelidad, en la que destaca el dorado y el bermellón, las pieles, las gorgueras, los brocatos, las diademas, las joyas. Sin embargo, muchas de esas vibrantes imágenes jamás las habríamos atribuido a ella. De hecho, en las últimas décadas, algunas obras que fueron adjudicadas durante siglos a pintores de la talla de “El Greco”, en realidad las concibió el pincel de Sofonisba. La más célebre es el retrato de La Infanta Catalina Micaela, erróneamente atribuida al pintor griego…
La confusión entre las obras de Sofonisba y de los grandes maestros de la pintura de los siglos XVI-XVII es cosa extraña si pensamos que en las obras de la artista italiana hay tantos gestos autoriales: los miembros de su familia y su propio rostro como objeto de la pintura, y “puestas en abismo” en que figura la misma Sofonisba pintando un cuadro, como aparece en un autorretrato de 1556 (ver imagen al inicio de la nota).
Como sea, no es casual que su talento haya intentado ser opacado, silenciándose su obra al imponérsele una autoría falsa.
Los padres de Sofonisba pertenecían a la baja nobleza de la ciudad italiana de Cremona, y brindaron a su único hijo y sus seis hijas una espléndida educación de carácter humanista que les abrió perspectivas artísticas como la música, la literatura y la pintura, y les inculcó el valor de la lengua latina. Sofonisba era la hija mayor, y aunque cuatro de sus hermanas también aprendieron a pintar, ella era la más talentosa. Su formación humanista queda de manifiesto también en algunas de sus obras que, indirectamente, ensalzan las bellas artes, como el Retrato de un escultor, de 1565, en el que muestra a Pompeo Leoni en plena actividad creativa, o un autorretrato en el que aparece tocando piano.
Cuando tenía alrededor de 14 años, su papá Amilcare la llevó al taller del pintor Bernardino Campi, con quien estuvo estudiando a lo largo de tres años. Fue en esa época en que creó Bernardino Campi pintando a Sofonisba Anguissola, de 1559, una hermosa y lúdica obra que indaga en la creación artística desde la figura del tutor y su vínculo estrecho con la pupila. Más tarde, se inscribió en el estudio de Bernardino Gatti. Su residencia artística con ambos pintores locales fue clave para su formación, y también para el desplome de una serie de prejuicios que caían sobre las jóvenes que se dedicaban al estudio de las bellas artes con maestros de sexo masculino. Desde Cremona se trasladó a Roma, hacia 1554, y allí conoció en persona al grandioso Miguel Ángel Buonarroti, quien celebró su talento, y con quien mantuvo contacto por varios años. Con los Bernardinos, y luego con la orientación de Miguel Ángel, Sofonisba depuró su estilo, mejoró su técnica, definió su paleta de colores predilecta y afianzó su tendencia por un género pictórico específico: el retrato. Y fue ese género el que la llevó a viajar desde Italia a España.
En la década del 60, emigró hacia Madrid, donde se convirtió en la pintora oficial de la realeza y la corte española, y en la dama de honor de la entonces reina Isabel de Valois (retratada, por ejemplo, en esta obra de 1561), quien fue la tercera esposa del rey Felipe II. El rey fue, sin duda, uno de sus más grandes mecenas, quien también tuvo el honor de posar frente a Sofonisba.
En 1580, poco tiempo después de enviudar de su primer marido, el hijo de un príncipe español, se casó por segunda vez, con el joven Orazio Lomellino quien, según se cuenta, tenía alrededor de 25 años, mientras Sofonisba bordeaba los 50. Dicen que su romance nació a bordo del barco que llevaba a Sofonisba de vuelta a su ciudad natal, después de la fama alcanzada en España. Orazio apoyó incondicionalmente su carrera artística y le permitió a Sofonisba trabajar en casa, entregándole una habitación especial que funcionara como estudio, como “cuarto propio”. Su admiración por el oficio de su esposa trascendió la muerte. Cuando ella falleció, en la segunda década del siglo XVII- paradójicamente, casi privada del sentido de la vista-, Orazio escribió un epitafio en el que describía a Sofonisba como una mujer que sería “recordada entre las mujeres ilustres del mundo, destacando en retratar las imágenes del hombre”.
Y así como ella retrató a tantos hombres y mujeres, niños y niñas, princesas, reinas, reyes y príncipes, infantas e infantes, su perfil también fue retratado, no solo por sus propias manos, como vimos, sino también por manos ajenas y, a la vez, amigas, como las del connotado pintor flamenco Anton Van Dyck. Fue él quien retrató a Sofonisba en sus últimos años de su vida (como puede apreciarse en esta pintura de 1624), mostrando el paso del tiempo sobre un rostro experimentado en observar con prolijidad y recrear con belleza y la pose de los otros.