Ángela Anaïs Juana Antolina Rosa Edelmira Nin Culmell, nació El 21 de febrero de 1903, en Neuilly-sur-Seine, Francia.
Anais Nin fue la primera mujer en escribir erotismo para mujeres. Mientras escribía junto a Henry Miller, Delta de Venus (un encargo a Miller por el que le pagarían un dólar por página) se dio cuenta de que durante siglos la mujer había tenido un solo modelo para este género literario: los textos de autores masculinos. Ella era ya consciente de que existía una diferencia entre el tratamiento dado a la experiencia sexual por hombres y por mujeres.
Sabía además que la mujer no podía seguir leyendo sólo erotismo dirigido para hombres. Reconocía que si alguien había cerrado sus sentidos a la seda, a la luz, el color, el olor, el carácter y el temperamento, debía estar ya completamente marchito. En sus cuentos decidió potenciar una “multitud de sentidos menores” que discurren como afluentes de la corriente principal que es el sexo, y que la nutren, pues, decía: “Sólo el palpito al unísono del sexo y el corazón puede producir el éxtasis.”
Sobre la verdadera liberación del erotismo, dijo que éste “estriba en aceptar el hecho de que tiene miles de facetas, hay muchas formas eróticas, muchos objetos, situaciones, atmósferas y variaciones de él. Primero que nada tenemos que dispensar la culpa de su expansión, después abrirnos a sus sorpresas y variadas expresiones”.
Quizás fue a través de las lecturas a D.H Lawrence que Anais Nin comenzó a experimentar la necesidad de narrar en sus ya conocidos “Diarios” -que comenzó a escribir a la edad de 13 años- pero no fue sino la presencia de Henry Miller quien despertó en ella la urgencia de aquellos relatos.
Anaís Nin inició de la mano de Henry Miller un largo camino por la literatura erótica. Ambos tuvieron una relación intensa, como amantes y luego mediante una correspondencia que solo finalizó con la muerte de ella el 14 de enero de 1977, en Los Angeles, Estados Unidos.
“Qué son las despedidas si no saludos disfrazados de tristeza? Lo mismo que el deseo y el placer de verte mientras te desnudas y te envuelves en las sábanas. Nunca has sido mía. Nunca pude poseerte y amarte. Nunca me amaste o me amaste demasiado o me admiraste como la niña que toma una lente y se pone a ver cómo marchan las hormigas y cómo, en un esfuerzo inacabable y lleno de fatiga, cargan enormes migajas de pan. Qué son aquellas noches lluviosas en medio de la cama de un hotel. Qué el recuerdo de nuestros pasos por la calle, en el teatro o en la sala de conciertos. Qué son los recuerdos de los celos y de tus amantes y de June y de mis amantes. Anaïs, no creo que nadie haya sido tan feliz como lo fuimos nosotros. No creo que exista en la historia del hombre y de la mujer un hombre y una mujer como tú y como yo, con nuestra historia, nuestras circunstancias; con aquello que se desbordaba en las paredes, el ruido de la calle y la explosión de tu mirada inquieta de ojos delineados en negro; con la sinceridad de tu cuerpo frágil y tu secreto agresivo e insaciable. El recuerdo puede ser cruel cuando estás volando febrilmente a tu próximo destino, a otros brazos que te reciban expectantes y hambrientos. El recuerdo de tu diario rojo que tirabas en la humedad de la cama entre tus labios entreabiertos y mis ganas de desearte. Te deseo. Te deseo con la desesperación y el anhelo de lo imposible y ya te has ido y tal vez, en un sueño imaginativo y romántico, leerás estas palabras una y otra vez, en medio de mi ciudad con la gente pasando en medio de las calles y la sorpresa en tus ojos y la gran dama con el fuego en la mano derecha. Mi querida Anaïs, ma petite, ma jolie, infanta inquieta de sal nocturna. Te extraño cuando huyes de madrugada y te extraño cuando camino y me tomo un café en la calle; te extraño cuando June se acerca cariñosa y cuando paso por los grandes aparadores. Te extraño casi a todas horas: cuando escribo, cuando te pienso, cuando escucho las campanas que me anuncian que ya son las tres, cuando me acuerdo de las horas interminables entre humo y whisky, cuando tengo una comida que dura toda la tarde, también cuando me despido de ti cada día a la misma hora, cuando como en aquel lugar donde nos dio el aire y cuando escucho la radio. Adiós, Anaïs, adiós. Ya nos encontraremos en otras vidas y en otras vidas podré poseerte y quedarme contigo para siempre. Ya te veré en medio de la nieve y entre libros y vino. Adiós, tuyo siempre”