Yayoi Kusama es una sensible artista japonesa que ha creado una vasta obra de impronta vanguardista, en variados formatos: pintura, happening, escultura, entre otros. Su sello es la repetición del patrón de polka dots, el que es mucho más que un fetiche estético: es una especie de traducción pictórica de las alucinaciones que sufre desde pequeña, “un embrujo” que la empujó a pintar desde los 10 años de edad, como cuenta en su autobiografía Infinity Net. Ese embrujo ha investido a Yayoi con un halo mítico, convirtiéndola en una artista que encanta con su obra a espectadores de todas las edades y que, a su vez, intenta curarse a sí misma o al menos escarbar en las visiones que detonan sus trastornos obsesivos compulsivos. Arte y locura son el anverso y el reverso de Yayoi: su estudio está solo a pasos del hospital psiquiátrico en el que vive.
Yayoi Kusama nació en 1929 en Matsumoto, Japón. Sus padres eran comerciantes de semillas –cuyos sacos fueron sus primeros lienzos- y le permitieron estudiar pintura en diversas ciudades. Sin embargo, pronto abandonó los estilos más tradicionales que se impartían en las escuelas, para experimentar con las propuestas de las vanguardias europeas del siglo XX. De hecho, a principios de la década de los 50s, sus creaciones pueden leerse desde el arte abstracto y el surrealismo. Muchas de ellas, por la acumulación de puntos y redes, y por la textura que el acrílico, el papel y otros materiales proveían, parecieran ser organismos vivos observados bajo un microscopio (no aptos para tripofóbicos).
En 1957, Yayoi viaja desde Japón a Seattle, Estados Unidos, con un equipaje cargado con 2.000 pinturas y 60 kimonos. Salir de su tierra natal fue abrirse a Occidente, a un mundo algo más moderno y amable con las artistas femeninas. Tras algunas exposiciones exitosas, arriba a New York, donde se consagra como creadora y activista. Esta ciudad será el escenario de sus más significativas y polémicas obras, como Walking Piece, un registro fotográfico que Eikoh Hosoe realizó de una caminata de Yayoi por New York, vestida con un kimono y una gran sombrilla, estampa que destaca su condición de inmigrante.
En territorio neoyorkino, su carrera estará signada por las esculturas de tela, generalmente con forma fálica, las instalaciones – con luces eléctricas y espejos-, y los happenings, performances urbanas a través de las cuales se oponía a la guerra y la discriminación sexual y racial. El más famoso fue la pintura sobre cuerpos desnudos, empleando el motivo que la haría célebre: “los lunares rojos, verdes y amarillos son los círculos que representan la tierra, el sol o la luna […] Yo pinto lunares en los cuerpos de la gente, y con ellos la gente se autodestruye y vuelve a la naturaleza del universo”, reflexiona en su biografía. Luna, lunar, lunática. La pintura corporal no solo es una forma de restituir lo primitivo del ser humano, sino también tiene relación con la década de los sesentas, con la sicodelia y la revolución sexual hippie, como este happening nudista realizado en 1970, contra la guerra de Vietnam. Este tipo de actos artísticos la consagran como una de las artistas más creativas, comprometidas y transgresoras de la época.
La autodestrucción o la disolución de la identidad en la naturaleza es el gran tema de Yayoi, al que se aproximó desde distintas plataformas: pintura, escultura, collage y cine experimental. En 1967, realizó una especie de poética de lo que su obra había sido y sería: Self-Obliteration, un cortometaje donde, a través de superposiciones y fundidos, emergen imágenes y detalles de sus pinturas, fotografías e instalaciones, y a la misma Yayoi revistiendo de lunares de colores distintos espacios, desde lienzos a cortezas de árboles, caballos y cuerpos- cuerpos que terminan conviviendo en una especie de orgía. Cubiertos de puntos todos somos iguales.
Yayoi Kusama experimentó también con el mundo de la moda con Kusama Fashion Company Ltd., donde diseñó y exhibió piezas creadas por ella en desfiles de moda, en los 60s. En 2012, Yayoi colaboró con Marc Jacobs para Louis Vuitton en la colección cápsula “Infinity Dots”. El director artístico de la marca parisina siempre se había sentido profundamente atraído por la inocencia y la obsesión que se traslucía en toda la obra de la japonesa, en especial en su repetición infinita de lunares de color. Sin embargo, el acto ritual de cubrir de tintes la piel humana se transforma en un acto comercial, donde lo que se reviste es la “segunda piel”, a partir de anteojos, vestidos y carteras de lujo.
Yayoi es una artista que se ha movido con naturalidad por distintos estilos, en busca de nuevas experiencias creativas y sanadoras. A sus 86 años, Yayoi Kusama sigue creando obras en las que vibran impactantes contrastes cromáticos, acercándose así al arte cinético. ¡Larga vida a Yayoi!