Dentro del reducido número de pintoras mujeres de la Época Moderna que pasó a la historia del arte universal, se encuentra la artista nacida en España, pero formada en Portugal, Josefa de Óbidos (o de Ayala), maestra de las naturalezas muertas. Su lenguaje estilístico fue el barroco, y representó temas profanos y sagrados a través de una paleta cromática tendiente al rojo, naranjo, blanco, rosado y gris, y un juego de luces mortecinas. Josefa es la gran artista femenina de los claroscuros.
Nacida en 1630, Josefa pasó gran parte de su niñez y adolescencia en Sevilla, uno de los centros culturales más importantes del llamado Siglo de Oro español, donde la arquitectura, la plástica y la literatura tuvieron un desarrollo y recepción sorprendente. Se cree que al alero de ese florecimiento, hacia mediados del siglo XVII, Josefa aprendió a pintar de manera autodidacta, impulsada por su padrino, el pintor sevillano Francisco de Herrera, mientras su familia vivía en Óbidos, Portugal. Sin embargo, su padre, Baltazar Gómez Figueira, también fue pintor, dejando atrás su carrera militar para dedicarse al arte, por lo que hay quienes le adjudican a él el camino artístico perseguido por Josefa.
Ya instalada en Portugal, hacia 1646 ingresa por algún tiempo como novicia en el convento agustino de Santa Ana en Coimbra, espacio donde también desarrolló su oficio de pintora. La Iglesia le encargó un gran número de escenas devocionales para ser ubicadas en los interiores de templos y monasterios de la zona. Además, algunos leitmotifs de sus pinturas proviene del imaginario religioso, como el cordero pascual, que le da el nombre a uno de sus óleos más famosos y enigmáticos,”O cordeiro pascal”: se trata de un corderito muerto sobre un altar de sacrificio, franqueado por un marco encabezado por un ángel y decorado con flores y uvas (lo cual es parte de la influencia española), marco que invita al espectador a observar a la pintura como lo que es: una pintura.
Su sello, sin duda, fueron sus exquisitas naturalezas muertas de golosinas, frutas y panecillos (las cuales han sido la alabadas por la crítica actual. mientras que en su época se estimaron más sus cuadros de figura humana y divina), el rostro como de muñeco de muchos de sus personajes, iluminados a veces simplemente por una vela, y el fino detalle naturalista en la representación de tejidos, vestidos, joyas y libros. Algunas de sus obras destacadas son: “O menino Jesus Salvador do mundo”, “Natureza morta com doces e barros”, “Cesta com cerejas, queijos e barros” y “Santa Maria Madalena”.
Josefa conoció en vida la fama, debido a la cantidad de encargos que recibió, especialmente en la década del setenta, pero también supo lo que era la necesidad. De hecho, a la muerte de su padre pintó con más ahínco, para poder mantener a su madre. También trabajó sus propias tierras, y bautizó a sus vacas con encantadores nombres: Elegante, Belleza y Cereza. Josefa falleció en 1684, siendo la única pintora portuguesa destacada entre los siglos XVII y XVIII.