“La dama y el unicornio” (“La Dame à la licorne”)es una colección de seis exquisitos tapices confeccionados en Flandes hacia fines del siglo XV. Fueron tejidos con lana y seda por un artista desconocido y la paleta cromática contempla el bermellón, el dorado, el verde y el azul. Los cinco primeros tapices, se dice, componen una alegoría de los cinco sentidos: vista, oído, gusto, olfato y tacto, y el último tiene un significado más oscuro, y se le ha llamado “À Mon Seuil Désir” (“Según mi único deseo”) debido a la inscripción que corona la carpa del tapiz. La confección de esta tapicería se hizo bajo un estilo muy popular en la Edad Media conocido como mille-fleurs (‘mil flores’) debido a que el fondo del tapiz está decorado con motivos florales y de plantas en abundancia. Además de las flores, otra decoración que se destaca son pequeños animales, tales como conejos, perros, cabras, monos, corderos, zorros, lobos y pájaros varios que parecieran ser espectadores de las escenas centrales de los tapices, protagonizadas por una mujer ricamente vestida a la usanza cortesana, un unicornio y un león (dos de los animales centrales en los bestiarios medievales). Pero, como veremos, el mono es el que entrega ciertas llaves interpretativas.
En el primer tapiz, el alusivo a la Vista, la dama está sosteniendo un espejo en el que se refleja el perfil de un unicornio en actitud serena (“efecto Venus”), mientras un león porta un estandarte con el escudo de armas de una familia noble apellidada Le Viste (el cual se replica en todos los tapices). El sentido de la visión aparece doblemente referido con la presencia del espejo, y en tanto espectadores somos apelados por la vividez y colorido del tapiz.
El segundo tapiz, sobre el Oído, presenta a la dama tocando un órgano, ayudada por una doncella, quien pulsa los fuelles, mientras el león y el unicornio sostienen banderines heráldicos. Los sentidos de la Vista y el Oído eran fundamentales en la iconografía, literatura y filosofía medievales, y eran vinculados con la espiritualidad y la abstracción. Esa idea parece reforzarse con el último tapiz, que pareciera entregar una lección final, como veremos más abajo.
El tapiz del Gusto muestra a la dama tomando algunos dulces que la doncella le convida desde un copón dorado. Debajo de la dama, destaca la presencia de un mono que pareciera estar llevándose al hocico uno de esos dulces (por su parte, a diferencia de su afabilidad en las escenas anteriores, el león aparece más agresivo o ¿hambriento?)
La dama, en el cuarto tapiz, aparece tejiendo una corona con flores, las que va tomando desde la canasta que sostiene la doncella. Nuevamente el mono, travieso, toma una flor de otra cesta y con su gesto nos da entender que la está oliendo. Tanto en el tapiz del Gusto como en el del Olfato, el mono es clave para la comprensión de la imagen. No podemos olvidar que este animal ha sido asociado con uno de los pecados capitales más sensuales, la lujuria.
En el último tapiz de los sentidos, el del Tacto, la dama es la que figura sosteniendo el mástil del banderín con su mano derecha y con la izquierda toca el cuerno del unicornio, quien se entrega a ese gesto.
En el tapiz “À Mon Seuil Désir”, una carpa es el pilar de la escena, en cuyo techo se halla la frase que le ha dado ese nombre. Aquí la dama aparece sin su collar, pues lo está colocando dentro de un cofre que sujeta una doncella (¿o lo está sacando de ahí para ponérselo?). Esta imagen se ha interpretado de diversas maneras y, a diferencia de los significados atribuidos a los otros tapices, en este caso no ha habido acuerdo: podría ser la renuncia a lo material y a lo sensorial; la importancia del sexto sentido, asociado con el entendimiento; o lo tangible como prisión para el ser humano, quien debiese dedicarse a asuntos trascendentales, etcétera. Además, se ha interpretado como una apología a la virginidad, ya que el unicornio representaba en la Edad Media la pureza, la castidad y la femineidad, y las leyendas de esa época decían que los unicornios solo podían ser capturados por una joven virgen.
Una lectura más actual, muy interesante y bonita, es la propuesta por la autora Marie-Elisabeth Bruel en el 2000, que interpreta los tapices como escenas del “amor cortés” (¿se acuerdan que ya hablamos de eso en una nota sobre los libros cordiformes?). Entonces, cada uno de los sentidos, más el del “entendimiento”, representaría cada etapa del enamoramiento, las cuales son emprendidas por la dama, no por el caballero: el tapiz del Oído se relaciona con la Cortesía; el del Olfato con la Belleza; el Gusto con el Juego amoroso; el tapiz “À Mon Seuil Désir” con la Manifestación del deseo; el de la Vista con la Seducción amorosa, y el del Tacto con la Conquista del ser amado. Ese último paso, ese último tapiz, cerraría esta serie con el gesto triunfal de la dama que toca suavemente el cuerno del unicornio, que representa al caballero sometido a los encantos femeninos de la dama.