Cuando en 1979 se anunció la muerte por sobredosis de Judee Sill, varios de los que la conocían se asombraron que no hubiera muerto antes. Su obra fue aclamada en los setenta pero sólo alcanzó a publicar dos discos antes de sucumbir a su turbulenta vida personal.
La crítica la alabó y se conectó con grandes nombres de la escena californiana pero el éxito comercial nunca llegó. Tras escribir “Lady-O”, hit de The Turtles, su debut discográfico fue en toda la regla. Se convirtió en la primera referencia del sello Asylum Records, del magnate musical David Geffen. Escuchar “Judee Sill” (1971) hoy es descubrir un tesoro barroco, plagado de complejos arreglos y capas, con marcada influencia del country y el folk de cantautor de la época. Lo que la diferenció del estereotipo de la cantautora hippie de largo pelo liso y guitarra fue el góspel y sus principales influencias: Pitágoras, Ray Charles y Bach.
Del compositor clásico rescató su métrica y también los temas religiosos, explícitos en títulos como “Jesus Was a Cross Maker” – sobre la ironía que probablemente como carpintero Jesús probablemente fabricó cruces – y “Lopin’ Along Through the Cosmos”, en la que anhela ser besada por Dios. Su fascinación por los himnos cristianos tenía una explicación. “Realmente mi música es una armonía para cuatro voces. Llega rápidamente al centro emocional de la gente. Por eso toda la música de iglesia está escrita como una armonía para cuatro voces”.
Tal como su primer disco, “Heart Food” (Asylum, 1973) fue elogiado por los especialistas pero se vendió pésimamente. Sumado a esto, su desaparición de la escena se explica por su firme decisión a no tocar como telonera al tiempo que no contaba con seguidores suficientes para presentarse en solitario.
Como la parábola del hijo pródigo, a comienzos de los setenta se alejó de los excesos con el reconocimiento de su obra para enfocarse obsesivamente en la música: terminar una canción le podía tomar un año. La precedía una historia familiar marcada por el abuso de sustancias y muertes trágicas, su primer amor fue un asaltante de botillerías y gasolineras mientras que su hábito por compensar los efectos de la heroína con LSD le costaba $150 dólares diarios, recurriendo a veces la prostitución para costearlo. Este panorama se esfumó por completo manteniéndose sobria durante sus breves años de éxito, para luego retomarlo con nuevos bríos hasta su prematura muerte a los 35 años.
Su tercer álbum “Dreams Come True” (Water Records) fue editado póstumamente en 2005. El disco tributo “Crayon Angel: A Tribute to the Music of Judee Sill” (American Dust, 2009) reúne sentidos covers de fanáticos como Beth Orton y Bill Callahan y Daniel Rossen de Fleet Foxes con una descarnada versión de “Waterfall”. Con en tantos casos, el reconocimiento extendido llegaría sólo décadas después.
Suena como: sólo ella misma pero sus contemporáneas fueron Karen Dalton, Carly Simon y Joni Mitchell. Una voz similar a Karen Carpenter.
Hit esencial: “Jesus Was a Cross Maker”, fascinación por el imaginario cristiano combinada con una desafiante sátira.
Canción oculta: “The Kiss”, la metafísica comunión entre dos personas explicada.